Las graduaciones siempre tienen algo de nostálgico. Sobre todo si son las que dan término a toda una vida de estudiante. Recibir el título universitario es como llegar al final de un largo período que empezó hace más de dos décadas, un día en que la “seño” nos organizaba en fila para ir al aula y aprender el abecedario. De lo que no somos conscientes es que ahí empieza todo. Graduarse de la universidad no es más que un punto de partida.
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