Era viernes y parecía domingo o día de trabajo voluntario. La misma calle que veía todas las mañanas y que me recibía con un aire apacible como de luz tenue, lucía un ritmo diferente y agitado. Las personas se veían como deben verse las hormigas desde su perspectiva: ágiles y apuradas. Con un corto levantar de cejas saludaban a los conocidos y seguían en lo suyo.
Era extraño ver tanta gente en la calle a esa hora, pero comencé a entenderlo todo cuando vi a uno de mis vecinos con la rama de un gran árbol en la mano y un machete en la otra, a la vecina de enfrente pasando escoba al pavimento y recogiendo la basura de su casa.
Seguir